Comunidad: | Comunidad Valenciana | |
Convocatoria: | Septiembre de 2003 | |
Modalidad: | LOGSE - Humanidades y Ciencias Sociales | |
Ejercicio: | 2º Ejercicio | |
Asignatura: | Historia de la Filosofía | |
Obligatoriedad: | Obligatoria en la vía de Humanidades y optativa en la de Ciencias Sociales | |
Duración: | 90 minutos | |
Baremo: | El alumno/a comentará, dentro de la opción que elija, el texto del autor que ha trabajado en clase. Cuestiones: 1ª ... hasta 2.5 puntos; 2ª ... hasta 2.5 puntos. Redacción: ... hasta 5 puntos. |
Entonces, ¡oh, Glaucón! -dije-, ¿no tenemos ya aquí la melodía misma que el arte dialéctico ejecuta? La cual, aun siendo inteligible, es imitada por la facultad de la vista, de la que decíamos que intentaba ya mirar a los propios animales, y luego a los propios astros, y por fin, al mismo sol. E igualmente, cuando uno se vale de la dialéctica para intentar dirigirse, con ayuda de la razón y sin intervención de ningún sentido, hacia lo que es cada cosa en sí, y cuando no desiste hasta alcanzar, con el solo auxilio de la inteligencia, lo que es el bien en sí, entonces llega ya al término mismo de lo inteligible, del mismo modo que aquél llegó entonces al de lo visible.
-Exactamente-dijo.
-¿Y qué? ¿No es este viaje lo que llamas dialéctica?
-¿Cómo no?
-Y el liberarse de las cadenas -dije yo- y volverse de las sombras hacia las imágenes y el fuego, y ascender desde la caverna hasta el lugar iluminado por el sol y no poder allí mirar todavía a los animales ni a las plantas ni a la luz solar, sino únicamente a los reflejos divinos que se ven en las aguas y a las sombras de seres reales, aunque no ya a las sombras de imágenes proyectadas por otra luz que, comparada con el sol, es semejante a ellas; he aquí los efectos que produce todo ese estudio de las ciencias que hemos enumerado, el cual eleva a la mejor parte del alma hacia la contemplación del mejor de los seres, del mismo modo que antes elevaba a la parte más perpicaz del cuerpo hacia la contemplación de lo más luminoso que existe en la región material y visible.
-Por mi parte -dijo-, así lo admito. Sin embargo, me parece algo sumamente difícil de admitir, aunque es también difícil, por otra parte, el rechazarlo. De todos modos, como no son cosas que hayan de ser oídas solamente en este momento, sino que habrá que volver a ellas otras muchas veces, supongamos que esto es tal como ahora se ha dicho y vayamos a la melodía en sí y estudiémosla del mismo modo que lo hemos hecho con el proemio. Dinos, pues, cuál es la naturaleza de la facultad dialéctica y en cuántas especies se divide y cuáles son sus caminos, porque éstos parece que van por fin a ser los que conduzcan a aquel lugar una vez llegados al cual podemos descansar de nuestro viaje ya terminado.
- Pero no serás ya capaz de seguirme, querido Galucón -dije-, aunque no por falta de buena voluntad por mi parte; y entonces contemplarías, no ya la imagen de lo que decimos, sino la verdad en sí, o al menos lo que yo entiendo por tal. Será así o no lo será, que sobre eso no vale la pena discutir; pero lo que sí se puede mantener es que hay algo semenjante que es necesario ver. ¿No es eso?
- ¿Cómo no?
- ¿No es verdad que la facultad dialéctica es la única que puede mostrarlo a quien sea conocedor de lo que ha poco enumerábamos, y que no es posible llegar a ello por ningún otro medio?
- También esto merece ser mantenido -dijo.
- He aquí una cosa al menos -dije yo- que nadie podrá afirmar contra lo que decimos, y es que exista otro método que intente, en todo caso y con respecto a cada cosa en sí, aprehender de manera sistemática lo que es cada una de ellas. Pues casi todas las demás artes versan o sobre las opiniones y deseos de los hombres o sobre los nacimientos y frabricaciones, o bien están dedicadas por entero al cuidado de as cosas nacidas y frabricadas. Y las restantes, de las que decíamos que aprehendían algo de lo que existe, es decir, la geometría y las que le siguen, ya vemos que no hacen más que soñar con lo que existe, pero que serán incaaces de contemplarlo en vigilia mientras, valiéndose de hipótesis, dejen éstas intactas por no poder dar cuenta de ellas. En efecto, cuando el principio es lo que uno no sabe y la conclusión y parte intermedia están entretejidas con lo que uno no conoce, ¿qué posibilidad existe de que una semenjante concatenación llegue jamás a ser conocimiento?
- Ninguna -dijo.
XIV. -Entonces-dije yo-, el método dialéctico es el único que, echando abajo las hipótesis, se encamina hacia el principio mismo para pisar allí terreno firme; y al ojo del alma, que está verdaderamente sumido en un bárbaro lodazal, lo atrae con suavidad y lo eleva a las alturas, utilizando como auxiliares en esta labor de atracción a las artes ha poco enumeradas, que, aunque por rutina las hemos llamado muchas veces conocimientos, necesitan otro nombre que se pueda aplicar a algo más claro que la opinión, pero más oscuro que el conocimiento.
PLATÓN, La República, 532 a-533 d.
La teoría platónica de las Ideas.
En cuanto a la prudencia, podemos comprender su naturaliza conseiderando a qué hombres llamados prudentes. Pues bien, parece propio del hombre pruedente el poder discurrir bien sobre lo que es bueno y conveniente para él mismo, no en un sentido parcial, por ejemplo, para la salud, para la fuerza, sino para vivir bien en general. Señal de ello es que incluso en un sentido determinado los llamamos prudentes cuando razonan bien con vistas a algún fin bueno de los que no son objeto de ningún arte. De modo que también, en términos generales, es prudente el hombre reflexivo. Pero nadie reflexiona o delibera sobre lo que no puede ser de otra manera, ni sobre lo que no puede hacer. De suerte que, si toda ciencia va acompañada de demostración de las cosas cuyos principios pueden ser de otra manera (porque todas ellas pueden también ser de otra manera), y asimismo tampoco es posible deliberar sobre lo que es necesariamente, la prudencia no podrá ser ciencia ni arte o técnica, porque la acción o actuación puede ser de otra manera; arte, porque la acción y la producción son de distinto género. Tiene que ser, por tanto, una disposición racional verdadera y práctica respecto de lo que es bueno y malo para el hombre. Porque el fin de la producción es distinto de ella, pero el de la acción (Πραξις) no puede serlo: a buena actuación misma es un fin. Por eso pensamos que Pericles y los que son como él son prudentes porque pueden ver lo que es bueno para ellos y para los hombres, y pensamos que está es una cualidad propia de los administradores y de los políticos; de ahí que demos a la continencia el nombre de σωϕροσυη, porque salvaguarda la prudencia (ως σωξουσαν την ϕρονησιν). Y lo que salvaguarda es la clase de juicio a que nos hemos referido; porque el placer y el dolor no destruyen ni perturban toda clase de juicio, por ejemplo, el de si los ángulos del triángulo valen o no dos rectos, sino prácticos, que se refieren a la actuación. En efecto, los principios de la acción son los fines por los cuales se obra; por el hombre corrompido por el placer o el dolor pierde la percepción clara del principio, y ya no ve la necesidad de elegirlo todo y hacerlo todo con vistas a tal fin o por tal causa: el vicio destruye el principio. De modo que, necesariamente, la prudencia es una disposición racional verdadera y práctica respecto de lo que es bueno para el hombre.
Además, mientras existe una exelencia del arte, no la hay de la prudencia, y en el arte el que yerra voluntariamente es preferible, pero tratándose de la prudencia no, como tampoco tratándose de las virtudes. Es claro, por tanto, que a prudencia es una virtud y no un arte. Y siendo dos las partes racionales del alma, será la virtud de una de ellas, de la que forma opiniones, pues tanto la opinión como la producen tienen por objeto lo que puede ser de otra manera. Pero es exclusivamente una disposición racional, y señal de ello es que una disposición así puede olvidarse, y la prudencia, no.
Puesto que la ciencia es un juicio sobre lo universal y lo que es necesariamente, y hay unos principios de lo demostrable y de toda ciencia (porque la ciencia es racional), el principio de lo científico no puede ser objeto de ciencia, ni de técnica o arte, ni de prudencia; porque lo científico es demostrable, y la técnica y la prudencia versa sobre lo que puede ser de otra manera. Tampoco son objeto de sabiduría, pues es propio del sabio usar la demostración a propósito de algunas cosas. Si, por tanto, las formas de conocimiento mediante las cuales alcanzamos la verdad y nunca nos engañamos sobre lo que no puede, o puede ser de otra menera, son la ciencia, la prudencia, la sabiduría y el intelecto, y tres de ellas (es decir, la ciencia, la prudencia y la sabiduría) no pueden tener por objeto los principios, forzosamente serán objeto del intelecto.
ARISTÓTELES, Ética a Nicómaco, libro VI.
La felicidad según Aristóteles.
Como hemos visto, en la construcción de los conceptos trabaja originariamente el lenguaje; más tarde la ciencia. Así como la abeja construye las celdas y, simultaneamente, las rellena de miel, del mismo modo la ciencia trabaja inconteniblemente en ese gran columbario de los conceptos, necrópolis de las intuiciones; construye sin cesar nuevas y más elevadas plantas, apuntala, limpia y renueva las celdas viejas y, sobre todo, ser esfuerza en llenar ese colosal andamiaje que ha apilado y ordenar dentro de él todo el mundo empírico, es decir: el mundo antropormófico. Si ya el hombre de acción ata su vida a la razón y a los conceptos para no verse arrastrado y no perderse a sí mismo, el investigador construye su choza junto a la torre de la ciencia para poder servirle de ayuda y encuentrar él mismo protección bajo ese baluarte ya existente. De hecho necesita ayuda, puesto que existen fuerzas terribles que constantemente le amenazan y que oponen a la "verdad" científica, "verdades" de un tipo completamente diferente con las más diversas etiquetas.
Ese impulso hacia la construcción de metáforas, ese impulso fundamental del hombre del que no se puede prescindir ni un solo instante, pues si así se hiciese se prescindiría del hombre mismo, no queda en verdad sujeto y apenas si domado por el hecho de que con sus evanescentes productos, los conceptos, resulta construido un nuevo mundo regular y rígido que le sirve de fortaleza. Busca un nuevo campo para su actividad y otro cauce y lo encuentra mito y, sobre todo, en el arte. Confunde sin cesar las rúbricas y las celdas de los conceptos introduciendo de esta manera nuevas extrapolaciones, metáforas, y metonimias; continuamente muestra el afán de configurar el mundo existente del hombre despierto, haciéndolo tan abigarradamente irregular, tan inconsecuente, tan inconexo, tan encantador y tan eternamente nuevo, como lo es el mundo de los sueños. En sí, ciertamente, el hombre despierto solamente adquiere conciencia de que está despierto por medio del rígido y regular tejido de los conceptos y, justamente por eso, cuando en alguna ocasión un tejido de conceptos es desgarrado de repente por el arte llega a creer que sueña. Tenía razón Pascual cuando afirmaba que si todas las noches nos sobreviniese el mismo sueño, nos ocuparíamos tanto de él como como de las cosas que vemos cada día: "Si un artesano estuviese seguro de que sueña cada noche, durante doce horas completas, que es rey, creo, dice Pascual, que sería tan dichoso como un rey que soñase todas las noches durante doce horas que es artesano". La diurna vigilia de un pueblo míticamente excitado, como el de los antiguos griegos es, de hecho, merced al milagro que se opera de continuo, tal y como el mito supone, más parecida al sueño que a la vigilia del pensador científicamente desilusionado. Si cada árbol puede hablar como una ninfa, o un dios, bajo la apariencia de un toro, puede raptar doncellas, si de pronto la misma diosa Atenea puede ser vista en copañía de Pisístrato recorriendo las plazas de Atenas en un hermoso tiro -y esto lo creía el honrado ateniense-, entonces en cada momento, como en sueños, todo es posible y la naturaleza entera revolotea alrededor del hombre como si solamente se tratase de una mascarada de los dioses para quienes no constituirá más que una broma el engañar a los hombres bajo todas las figuras.
F. NIETZSCHE, Sobre verdad y mentira en sentido extramoral, cap. 2.
Arte y ciencia en Nietzsche.
Las relaciones burguesas de producción y tráfico, las relaciones burguesas de propiedad, la sociedad burguesa moderna, que ha producido, como por arte de magia, medios de producción y tráfico tan ingentes, se asemeja al hechicero que ya no logra dominar las fuerzas subterráneas que ha conjurado. Desde hace décadas, la historia de la industria y el comercio es sólo la historia de la rebelión de las fuerzas productivas modernas contra las relaciones de producción modernas, contra las relaciones de propiedad que constituyen las condiciones existentes de la burguesía y de su dominación. Basta citar las crisis comerciales que, con su recurrencia periódica, cuestionan en forma cada vez más amenazadora la existencia de la sociedad burguesa toda. En las crisis comerciales se destruye regularmente gran parte no sólo de los productos engendrados, sino de las fuerzas productivas ya creadas. En la crisis estalla una epidemia social que en todas las épocas anteriores hubiese parecido un contrasentido: la epidemia de la superproducción. Súbitamente, la sociedad se halla retrotraída a una situación de barbarie momentánea; una hambruna, una guerra de exterminio generalizada parecen haberle cortado todos sus medios de subsistencia; la industria, el comercio, parecen aniquilados. ¿Y ello por qué? Porque posee demasiada civilización, demasiados medios de subsistencia, demasiada industria, demasiado comercio. Las fuerzas productivas de que dispone ya no sirven al fomento de las relaciones de propiedad burguesas; por el contrario, se han tornado demasiado poderosas para estas relaciones, y éstas las inhiben; y en cuanto superan esta inhibición, ponen en desorden toda la sociedad burquesa, ponen en peligro la existencia de la propiedad burguesa. Las relaciones burguesas se han tornado demasiado estrechas como para abarcar la riqueza por ellas engendrada. ¿De qué manera supera la burguesía las crisis? Por una parte, mediante la destrucción forzada de gran cantidad de fuerzas productivas; por la otra, mediante la conquista de nuevos mercados y la explotación más a fondo de mercados viejos. ¿De qué manera, pues? La supera preparando crisis más extensa y violentas y reduciendo los medios para prevenir las crisis.
Las armas con las que la burguesía ha abatido el feudalismo se vuelven ahora contra la propia burquesía.
Pero la burguesía no sólo ha forjado las armas que le darán muerte; también ha engendrado a los hombres que manejarán esas armas: los obreros modernos, los proletarios.
En la misma medida en que se desarrolla la burguesía, es decir el capital, se desarrolla el proletariado, la clase de los obreros modernos, quienes sólo viven mientras hallan trabajo y que sólo lo hallan mientras su trabajo incrementa el capital. Estos obreros, quienes deben venderse por pieza, son una mercancía como cualquier otro artículo del comercio, y en consecuencia se hallan igualmente expuestos a todos los avatares de la competencia, a todas las fluctuaciones del mercado.
K. MARX y F. ENGELS, Manifiesto comunista.
La concepción histórica de las clases sociales en Marx.
Última modificación de esta página: 24 de febrero de 2004