Comunidad: | Comunidad Valenciana |
Convocatoria: | Septiembre de 2001 |
Modalidad: | LOGSE - Todas |
Ejercicio: | 1er Ejercicio C |
Asignatura: | Castellano |
Obligatoriedad: | Obligatoria |
Duración: | 90 minutos |
Baremo: | Comentario crítico del texto: 0-7 puntos. Cuestiones: 0-1,5 puntos cada una. Elija una serie de cuestiones (Opción A u Opción B) y responda sólo dos de las cuatro propuestas en ella. |
Consejos para intertextualizaciones
La caza del presunto plagiario se ha convertido en deporte de periodistas aviesos desde que el negro de una famosa presentadora no se molestó siquiera en guardar las formas. La cosa ha llegado a tal punto que hasta el monstruo Cela ha sido acusado de copiar a una novelista de tercera fila, que es algo así como suponer que Mozart se inspirase, salvando la distancia en el tiempo, en las melodías que le componen a Tamara. En esta fiebre literario-cinegética le ha tocado ahora el turno al flamante director de la Biblioteca Nacional, el conocido novelista, crítico, esteta y ensayista Luis Racionero.
Por supuesto que no es mi intención romper una lanza por Racionero en plan solidaridad catalana, porque no lo necesita y además se defiende muy bien solo, sino suministrar algunas recomendaciones válidas para evitar ese tipo de ataques venenosos. En primer lugar, no es lo mismo un género que otro. Racionero tiene razón cuando señala que el relato, el artículo en revista de investigación, el libro de pensamiento, el de viajes o el de cocina no pueden ser juzgados con análogo rasero en lo que a pastar en prado ajeno se refiere. Así, cuando a uno le encargan un libro sobre la Atenas de Pericles, ya se supone que no se la va a inventar como si fuera los hermanos Grimm, Wilhelm Karl y Jakob, por más señas (acabo de plagiar la Enciclopedia Británica para impresionarles y para que crean que conozco el nombre de pila de los célebres autores de los Cuentos Populares). Cuando uno tiene que redactar un largo texto sobre la cuna intelectual y política de Occidente, lo primero que hace es leer cuantas obras mejor sobre el asunto, releer otras, recordar experiencias e impresiones de visitas a la capital griega y demás. Obviamente, en muchos pasajes de su libro Racionero se inspira en otros autores. Si no lo hiciera, sería un ignorante o un gandul. Afortunadamente, en su caso la erudición está garantizada. Lo que le ha pasado, creo yo, es que ha olvidado aplicar algunas reglas elementales en este tipo de trabajos, a saber:
1) Cambiar el orden de los párrafos intertextualizados respecto de la obra original. Las ideas suelen guardar la propiedad conmutativa. 2) Expresar los mismos enfoques y conceptos utilizando con gracia los sinónimos apropiados. El léxico castellano es riquísimo y se presta magníficamente a la intertextualización primorosa. 3) Citar de pasada al intertextualizado: por ejemplo, <Siguiendo a partir de aquí a Gilbert Murray, diría...> o <Tal como vio magistralmente Gilbert Murray, ...>, o fórmulas corteses similares. Cumplido este trámite se puede intertextualizar a todo trapo y el honor intelectual queda salvado.
En fin, que para que los intertextualizadores no se vean atropellados en su intimidad basta intertextualizar con donaire y salero, que para eso hemos nacido, como Pericles, bajo la luz gloriosa del cielo mediterráneo.
Aleix Vidal-Quadras, La Razón, 20 de abril de 2001.
Elija una serie de cuestiones (Opción A u Opción B) y reponda a sólo dos de las cuatro propuestas en ella (0-1,5 puntos cada una).
Última modificación de esta página: 3 de junio de 2003